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Más allá del handshake

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Ella entró en la habitación con una sonrisa tímida, como una señal apenas detectable en la distancia.
Él levantó la vista y sintió cómo su corazón hacía handshake inmediato.

No necesitaban palabras: sus miradas se conectaban como dos dispositivos buscando el mismo SSID oculto.

Ella se acercó despacio, y él pudo sentir la intensidad de la señal aumentando, como si estuvieran entrando poco a poco en la zona de máxima cobertura.

—¿Tienes la clave? —susurró ella, con voz traviesa.
—Siempre… —respondió él, como si ambos supieran que no se trataba de un WPA2 cualquiera, sino de la contraseña íntima que sólo se comparte una vez.

Los dedos de ella recorrieron su cuello como paquetes viajando por una red sin latencia, directos y certeros, sin pérdida de información.
Él respondió acercándose más, hasta que sus labios quedaron a milímetros, intercambiando calor como si fueran datos en un protocolo de baja distancia.

El beso fue la conexión establecida. Nada de interferencias, nada de firewalls. Una transmisión fluida, pura, que iba escalando de HTTP a HTTPS hasta volverse un túnel privado.

Ella sonrió, mordiendo suavemente su labio, y le dijo al oído:
—Ahora que estamos enlazados… no me dejes caer nunca en timeout.

Él la estrechó con fuerza, como si fuera el único acceso permitido en su red, dispuesto a mantener esa conexión viva, con todo el ancho de banda de sus cuerpos.

@Mateo Videla
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